Es una obviedad que Europa y el cristianismo han tenido una historia común tan intensa y compleja que, difícilmente, pueden pensarse aisladamente uno de la otra y viceversa. Pero, también, sería un grave error pensarlos sin tener en cuenta que ambos están imbricados en una trama de tradiciones, aún más compleja, que ha teñido sus raíces culturales, socioeconómicas y políticas, desde sus orígenes hasta nuestros días.
Cuando se visita el corazón de Europa, se ve su pasado cristiano, lleno de obras de arte maravillosas, catedrales, pintura, monumentos, tradiciones.
El Señor nos pide ser testigos e ir enseñando a los demás lo que Jesús nos enseñó y el sacrificio que ha hecho por todos nosotros.
Debemos recordar que el mandato del señor es el de ser testigos. El Señor desde el primer instante en los hechos de los apóstoles, a través del espíritu santo les dice a sus apóstoles, vayan y enseñen lo que han visto. (…) El testigo tiene dentro de su alma, de su pensamiento, de su corazón, tiene la seguridad, vio y creyó.
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